Concédeme, Dios misericordioso, el poder desear con fervor aquello que tú apruebas, buscarlo con prudencia, reconocerlo con verdad, cumplirlo con perfección, para alabanza y gloria de tu nombre.
Pon orden en mi vida, y concédeme cumplir con lo que tú quieras que yo haga, como se deba hacer y de la manera más útil para mi alma. Déjame ir hacia ti, Señor, por un camino seguro, recto, agradable y que me lleve hasta la meta, un camino que no se pierda entre las prosperidades y las adversidades, para que yo te agradezca la prosperidad y que en la adversidad tenga paciencia, no dejando que las primeras me exalten, ni las segundas me venzan. Que nada me alegre, ni me entristezca, más allá de lo que me lleve hacia ti, allá donde quiero llegar. Que no desee ni tema no agradarle a nadie que no seas tú. Que todo lo perecedero se vuelva vil ante mis ojos por ti, Señor, y que todo aquello que te toque sea amado por mí, pero tú, mi Dios, lo serás más que todo… Que yo no desee nada más que no seas tú…
Concédeme, Señor Dios, una inteligencia que te conozca, una complacencia que te busque, una sabiduría que te encuentre, una vida que te complazca, una perseverancia que te espere con confianza y una confianza que, al final, te posea. Concédeme estar afligido de tus penas por la penitencia, usar el camino de tus favores para la gracia, regocijarme de tus alegrías, sobre todo en la patria para la gloria. Tú que, siendo Dios, vives y reinas por los siglos de los siglos.
Pon orden en mi vida, y concédeme cumplir con lo que tú quieras que yo haga, como se deba hacer y de la manera más útil para mi alma. Déjame ir hacia ti, Señor, por un camino seguro, recto, agradable y que me lleve hasta la meta, un camino que no se pierda entre las prosperidades y las adversidades, para que yo te agradezca la prosperidad y que en la adversidad tenga paciencia, no dejando que las primeras me exalten, ni las segundas me venzan. Que nada me alegre, ni me entristezca, más allá de lo que me lleve hacia ti, allá donde quiero llegar. Que no desee ni tema no agradarle a nadie que no seas tú. Que todo lo perecedero se vuelva vil ante mis ojos por ti, Señor, y que todo aquello que te toque sea amado por mí, pero tú, mi Dios, lo serás más que todo… Que yo no desee nada más que no seas tú…
Concédeme, Señor Dios, una inteligencia que te conozca, una complacencia que te busque, una sabiduría que te encuentre, una vida que te complazca, una perseverancia que te espere con confianza y una confianza que, al final, te posea. Concédeme estar afligido de tus penas por la penitencia, usar el camino de tus favores para la gracia, regocijarme de tus alegrías, sobre todo en la patria para la gloria. Tú que, siendo Dios, vives y reinas por los siglos de los siglos.
Santo Tomás de Aquino (1225-1274), teólogo dominco, doctor de la Iglesia
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